09 agosto 2008

Monstruos blancos

Este es un experimento que hice. Le llamo cuento poético. Les comparto un fragmento.

El cielo ha dejado de precipitarse por mi ventana. Está tan alta que la luz se proyecta en una columna larga que me persigue todo el día. Por eso prefiero cuando todo está oscuro y sólo se escuchan gemidos de viento.

Dicen que deje de esperarte todas las noches. Mas ellos saben que vendrás un día con tus ojos sin blanco y me llevarás de aquí. Así que no les hago caso y te sigo esperando en mi cuarto oscuro hasta que la columna luminosa llega a las paredes.

...

A veces me acuerdo mucho de ti. Golpeo los muros que se estremecen como almohadas y vacío mi aliento en un grito dilatado. Pero luego vienen enfermeros con una estela clara en las manos y me disfrazan de blanco igual que ellos.

Yo sé que son monstruos que comen la sombra de los niños. Son los mismos que te llevaron cuando estaba limpiando la luz de tu cuerpo. Me tienen encerrada para que no te busque en la aureola en la que te fundieron.

(fragmento)

Marchitas

Un fragmento de otro cuento que hice hace tiempo, espero que sea de su interés.

La ventana me arrojó un pedazo de aire que tiró las flores que tengo desde hace unos días. Ya estaban marchitas, así me gustan más porque no necesitan agua y pesan menos. A veces Pilar me da ramos tan grandes que tardan mucho en secar pero son más alegres porque sus pétalos comienzan a llover en muchos colores, como si quisieran inmortalizarse al cromar la mesa.

Cuando Pilar me vio por primera vez dijo que me parecía al óleo que tenía colgado en su sala. Fue en un bazar de reliquias; yo estaba entre una silla de caoba con asiento de terciopelo color vino y un enorme candelabro sostenido por un ángel plateado que era la atracción del lugar. A pesar de las grandes alas del ángel podía ver a Pilar observándome mientras platicaba con el anticuario. Al principio pensé que miraba al candelabro pero cuando oí que habló de flores supe que se refería a mí. Después de unos minutos se dirigió a donde estaba, me contempló por un momento y me llevó a su casa.

...

A Pilar tampoco le gustan las flores. Cuando algún pretendiente le da un ramo, inmediatamente toma la más grande, le da sonriendo un abrazo al joven y le espina el tallo en la nuca. Después, esconde el tallo entre las demás y me las entrega. Esperamos a que estén tan muertas que empiecen a llorar en pedazos y entonces ella los tira por la ventana para que vuelen como espinas que se incrustan en el amanecer.

(fragmento)